Cada año el Festival de Cine Corto de Popayán busca acercarse más a la ciudad, salir de las salas y espacios académicos, proyectando sus cortometrajes en lugares estratégicos donde los transeúntes pueden disfrutar del séptimo arte al aire libre, en esta octava versión además la música se hizo presente como antesala de lujo para las proyecciones.
Finalizando la tarde del miércoles 9 de noviembre, la Torre del Reloj la “nariz de Popayán”, se vio rodeada de micrófonos, cables, parlantes y sillas dispuestas hacia esa pared emblemática que destaca a la Ciudad Blanca. Comentarios cómo: “qué bueno que la cultura y el cine se tome la ciudad” y “que bella se ve la Torre como pantalla de cine”, fueron solo algunos.
Aunque la lluvia amenazaba las proyecciones, no fue una excusa para no quedarse, pues eventos como este no se ven todos los días, un año debieron esperar para poder volver a ver al Parque Caldas como la sala de cine más grande de la ciudad. Ya sentados los asistentes esperaban que los chicos de Cine en Mi Barrio terminaran de alistar las proyecciones, mientras la agrupación Escalarte de la Fundación universitaria de Popayán, los deleitaba con un repertorio exclusivo para los fieles espectadores del cortometraje.
Faltaban unos minutos para las 7 de la noche, el frio ameritaba una buena taza de chocolate y una película en la casa, sin embrago el Parque Caldas estaba a reventar, el público se calentaba con el movimiento de sus palmas al ritmo de Escalarte y aunque muchos no alcanzaron a sentarse, se agruparon para tararear algunas canciones típicas colombianas y bailar las cumbias que identifican al tricolor.
Al terminar la música era el momento de iniciar con la presentación de los cortometrajes que el Festicine había seleccionado especialmente para la noche. “Espacios como estos son los que necesita la ciudad”, comentaban algunos mientras tomaban una silla, compraban mecato y se disponían para ver cortos como: 20 dólares en la Habana, Dissonancia, Clausura, Kaoticos, El fin de una dictadura, Un 9 de abril y Camino del agua.
Sobre las nueve de la noche terminaba la función y la luna se imponía sobre lo alto de la noche, despejando la lluvia. Mientras todo volvía a la normalidad y el Festicine recogía los equipos, tanto asistentes como organizadores se marcharon con una sonrisa en el rostro por la satisfacción de haberle cumplido una vez más a la cultura en la ciudad.